19:29 |
Author: Carlos Lauredo
La tarde moría y la lluvía caía, el gris del día podía parecer triste para algunos, pero tal vez no para don Octavio, que estaba en su sala, de bata y con uno de sus mas finos whisky. El departamento se inundaba por las bellas frases de Gardel y el aroma a cigarro daba la impresión de que uno estaba en uno de los bares que siempre frecuentaba cuando era más joven.
Estaba parado en la ventana, viendo la ciudad, húmeda y más lenta que de costumbre. Don Octavio la sentía mejor así, uno podía disfrutar más de los placeres de la vida, el buen beber y la buena música, una tarde lluviosa perfecta. Los tangos hacían que el anciano se moviera a un ritmo conocido hace más de 40 años, he incluso cerraba los ojos y modulaba las palabras del viejo conocido. El decía que era como recordar sus años dorados de juventud, cuando podía pasar días bailando y tomando, conquistando a señoritas en el viejo barrio de la boca. Se acordaba del viejo cuarto del 506 y del traje y sus botines, sus compañeros de toda la vida, ahora estaban en el fondo de su ropero, algo comidos por las polillas, pero sin duda listos para el último tango. Estaba dicho en su testamento que lo tenían que enterrar con estas indumentarías, y así sería, pues su palabra se la tomaba enserio.
Por sus ojos pasaban aquellas noches, en el boliche de la esquina, como le decían, donde empezo el viejo Carlitos, ahí fue que conoció a Paulina; la más bella de todas y por supuesto, la que mejor bailaba. Recordaba las noches que pasaron bebiendo y riendo, arrasando con el piso, siguiendo la marcha de la voz de Gardel y por supuesto arrasando las sábanas de vez en cuando. Que bellos recuerdos, pensó el mientras perfume de mujer comenzaba en el moderno aparato de música que le había regalado su hija en navidad.
Oh mi viejo Carlitos, como llegamos hasta aquí, tu encerrado en uno de esos espejos redondos y yo sin poder disfrutar de una buena noche, ja, supongo que los tiempos serán siempre una porquería, ¿no?, dijo don Octavio sonriendo y siviendose otro whisky, añejado 12 años, con hielo. Pero bueno, supongo que a todos nos llega la hora mi viejo amigo.
Volvió a cerrar los ojos, y recordó la triste tarde en que Paulina se despidió de él. Se iba, quien sabe a donde, a buscar mejores tiempos, se supone que un rico empresario alemán se la llevaría al viejo continente y la haría su esposa, todo esto antes de que tuviera el valor de pedirle que se casara con él. Recordaba lo último que le dijo él, cuando ella le regalaba la última mirada desde el barco. ¡TE AMO!, ella le grito, YO TAMBIÉN OCTAVIO, MI CORAZÓN ES TUYO, ¡POR SIEMPRE! El la superó, con el tiempo y con muchas mujeres encima, al final se casó y tuvo hijos, como todos, y vivió con el recuerdo, hasta ese momento, que sabía que la hora había llegado al fin. Sacó el viejo traje de tango y sus zapatos y se los puso, recomenzó el cd de Carlos Gardel y se terminó el whisky de una; recordó que hace algunos años atrás recibió una noticia que casi adelanta el momento del traje hasta ese entonces. Paulina había muerto en Munich, el lo soportó y también el primer paro cardiaco de su vida. Pero ahora, estaba ansioso, como un niño en navidad, esperando poder abrir sus regalos.
Ya voy Paulina, Carlitos me llevará al centro de la pista contigo, para que bailemos por toda la eternidad; fueron las últimas palabras de don Octavio, justo antes de que acabara el cd.
Estaba parado en la ventana, viendo la ciudad, húmeda y más lenta que de costumbre. Don Octavio la sentía mejor así, uno podía disfrutar más de los placeres de la vida, el buen beber y la buena música, una tarde lluviosa perfecta. Los tangos hacían que el anciano se moviera a un ritmo conocido hace más de 40 años, he incluso cerraba los ojos y modulaba las palabras del viejo conocido. El decía que era como recordar sus años dorados de juventud, cuando podía pasar días bailando y tomando, conquistando a señoritas en el viejo barrio de la boca. Se acordaba del viejo cuarto del 506 y del traje y sus botines, sus compañeros de toda la vida, ahora estaban en el fondo de su ropero, algo comidos por las polillas, pero sin duda listos para el último tango. Estaba dicho en su testamento que lo tenían que enterrar con estas indumentarías, y así sería, pues su palabra se la tomaba enserio.
Por sus ojos pasaban aquellas noches, en el boliche de la esquina, como le decían, donde empezo el viejo Carlitos, ahí fue que conoció a Paulina; la más bella de todas y por supuesto, la que mejor bailaba. Recordaba las noches que pasaron bebiendo y riendo, arrasando con el piso, siguiendo la marcha de la voz de Gardel y por supuesto arrasando las sábanas de vez en cuando. Que bellos recuerdos, pensó el mientras perfume de mujer comenzaba en el moderno aparato de música que le había regalado su hija en navidad.
Oh mi viejo Carlitos, como llegamos hasta aquí, tu encerrado en uno de esos espejos redondos y yo sin poder disfrutar de una buena noche, ja, supongo que los tiempos serán siempre una porquería, ¿no?, dijo don Octavio sonriendo y siviendose otro whisky, añejado 12 años, con hielo. Pero bueno, supongo que a todos nos llega la hora mi viejo amigo.
Volvió a cerrar los ojos, y recordó la triste tarde en que Paulina se despidió de él. Se iba, quien sabe a donde, a buscar mejores tiempos, se supone que un rico empresario alemán se la llevaría al viejo continente y la haría su esposa, todo esto antes de que tuviera el valor de pedirle que se casara con él. Recordaba lo último que le dijo él, cuando ella le regalaba la última mirada desde el barco. ¡TE AMO!, ella le grito, YO TAMBIÉN OCTAVIO, MI CORAZÓN ES TUYO, ¡POR SIEMPRE! El la superó, con el tiempo y con muchas mujeres encima, al final se casó y tuvo hijos, como todos, y vivió con el recuerdo, hasta ese momento, que sabía que la hora había llegado al fin. Sacó el viejo traje de tango y sus zapatos y se los puso, recomenzó el cd de Carlos Gardel y se terminó el whisky de una; recordó que hace algunos años atrás recibió una noticia que casi adelanta el momento del traje hasta ese entonces. Paulina había muerto en Munich, el lo soportó y también el primer paro cardiaco de su vida. Pero ahora, estaba ansioso, como un niño en navidad, esperando poder abrir sus regalos.
Ya voy Paulina, Carlitos me llevará al centro de la pista contigo, para que bailemos por toda la eternidad; fueron las últimas palabras de don Octavio, justo antes de que acabara el cd.
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Don Octavio
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