20:30 | Author: Carlos Lauredo
...La charla entre José e Ignacio se realizaba con monosílabos. Ambos parecían bastante lejanos el uno del otro. No se veían más que en algunas cenas y a la hora de dormir. Pero a pesar de todo eso, ambos seguían pintando sin detenerse jamás, mejorando su estilo, influenciados por el gran movimiento artístico parisino.

Una tarde, Ignacio llegó a casa, la encontró vacía y en sombras. Normalmente, su compañero llegaba temprano, prendía las velas y habría las ventanas, pero todo estaba en penumbras. En mesa de la cocina encontró una carta, un tanto húmeda todavía por las lágrimas. Era del hombre que había amado alguna vez, se despedía, y le decía que le pagaría muy caro haberle roto el corazón de aquella forma, no quería saber nada de él ni ahora ni nunca.

...José diambuló por las calles oscuras y mugrosas. El aire apestaba y tenía miedo, no sabía a donde iba ni cual era su rumbo, supuso que lo encontrarían muerto para el amanecer, tal vez a medio comer por algunos perros callejeros y con ratas por todo su ser. Cuando de repente, en medio de sus cabilaciones, chocó con un carruaje. Herido, en el suelo húmedo y con el corazón roto, pensó ver la vida escapando por su cavidades, había escrito esa carta con ira, jamás hubiera encontrado la forma de vengarse, tal vez, con su muerte sería suficiente, cerró los ojos, y perdió el conocimiento.

Despertó en una cama bastante cómoda. Una mujer estaba sentada a su lado, cuando lo vio moverse, se levanto y salió del cuarto. Casi inmediatamente, cuando él se había logrado sentar, un hombre de traje entró. Parecía preocupado, y lo abrazó como si fuera un familiar. Dulce muchacho, le dijo, disculpa por esta terrible mala pasada, he visto tus pertenencias, y me he dado cuenta que no eres más que un pintor de la calle, te ofrezco mi perdón, y también, para... evitar suceptibilidades, he decidido que te quedarás aquí conmigo, en mi casa. La vida de José había dado un huelco muy oportuno.

...Ignacio salió en busca de su compañero, irónicamente se fue por el lado contrario del que tomó unos cuantos minutos antes. Grito su nombre, preguntó por el en los distintos bares y cafés que frecuentaban, pero nada, se había esfumado de la faz de la tierra, y sabía que era su culpa, por haber amado a un hombre y a una mujer, fue a su casa, y le lloró como a nadie, durante 3 días seguidos. La tarde del tercer día le llegó una carta de Marie, se iba por un año a una escuela para señoritas.

...A pesar de que no tenía idea de las técnicas de administración, había aprendido rápidamente todo lo que el señor Popiere le había enseñado. Había aumentado las ganancias en un 200% y en un año había logrado amasar una fortuna considerable. Ahora era un señor respetado, y ahora le decían Joshep, no José. Su patrón y apoderado, el señor Popiere, había estado encantado con el joven, que además de ser bastante educado, buen mozo y un buen artista, era excelente para generar dinero, casi al final del primer año desde que había llegado, le propuso la mano de su hija, una bella muchacha que llegaría dentro de poco. Joshep, que jamás había contado a nadie su homosexualidad, intentó disuadirlo a que no era aconsejable que se haga eso, pero no lo logró, al final se resigno, era virgen con las mujeres, así que no estaba seguro si iba a ser bueno o malo. Esa tarde llegó la novia del colegio de señoritas. Era blanca como la nieve, pelo castaño, y ojos como un lago, era Marie, la muchacha con la que había visto a Ignacio esa tarde. Ella era su futura esposa, y no podría estar más feliz por ello.
11:38 | Author: Carlos Lauredo
...El viaje duraría 6 meses, 15 días y 8 horas exactamente. Demasiado, tal vez, pero para aquella vieja máquina, a la que habían abordado, que este de por sí flotado, ya era un milagro.

Como la gitana les dijo que sigan pintando, solo les había dicho que la catastrofe sucedería en ese recóndito pueblo al que llamaban hogar. Consiguieron unos pinceles y pinturas con los contrabandistas turcos que conocieron ya abordo, también unos cuantos lienzos y cuando tuvieron al fin todo, se dejaron llevar por la suave brisa del mar, Ignacio, había comenzado a sentir una atracción por José, y viceversa, pero tenían miedo de decircelo mutuamente; la homosexualidad no era algo que habían aprendido en la escuela dominical, además de que no estaban seguros de como iba a reaccionar el otro. Pero un atardecer, excepcionalmente bello, José se acercó y tomó la mano de su amigo. Confundido Ignacio simplemente guardo silencio y se dejó hacer cuanto su imaginación le dejó. Se amaron por primera, pero no única vez, en el pequeño camarote que compartían.

Y fue así, entre pinturas de atardeceres, haciendo retratos de los turcos avariciosos y demás pasajeros, llegaron al puerto de Cadiz, donde desembarcaron finalmente. Pero ese no era su destino final; vendiendo asombrosamente los cientos de lienzos que realizaron durante el largo viaje, a un buen precio, consiguieron suficiente para viajar a París, arrendar un cuartito y pagar algo del alquiler por adelantado, y ser felices, ambos pintando. Pero si la vida fuera así, todo sería hermoso para todos, cuando Ignacio había adquirido una extraña nueva forma de pintar, y sus cuadros dejaron de venderse, conoció a Marie.

Ella era una chica de clase media, de una padre negociante y una madre altiva y vigoroza, la muchacha había demostrado gran interés en aquel joven pintor que se sentaba sobre el río, que pintaba cuadros bastante complicados, que, cuando le preguntaban, era algo que sentía muy en el fondo de su ser; aunque también hacía preciosos autoretratos de quien pudiera pagar.

Marie había convencido a sus padres para que la dejaran hacerce un retrato con el joven, y lo cito a su casa una tarde. Mientras él deslizaba el pincel agilmente, no podía dejar de notar las hermosas facciones de aquella muchachita francesa, de ojos claros, como un lago, piel como la nieve y pelo castaño, olvidandose de José por primera vez en los 3 años que llevaban juntos, se enamoró de ella. Al principio solamente tenían una charla amena y se comprendían bastante bien. Ignacio sentía que podía pasarse toda la vida ahí, sentado en una banca observando aquellos hermosos ojos, y ella, que sentía que había encontrado el hombre adecuado por primera vez en 17 años de su vida.

José, mientras tanto, había sentido últimamente bastante lejano a su amante, ya no dormían juntos, y rara vez tenían aquellas fugaces noche, pero eran apenas una pizca de lo que habían sido a un comienzo. Al principio pensó que era por sus la falta de venta de sus cuadros, pero aún así, lo veía alegre. Por las noches, lo veía observar la luna durante horas antes de caer finalmente dormido. Para terminar con todo esto, se decidió a seguirlo. Y fue detrás de un árbol que se le rompió el corazón, cuando veía a Ignacio besar a una linda muchacha de ojos claros como un lago...
21:47 | Author: Carlos Lauredo
No se había dado cuenta, pero tal vez este era el origen de su todo. A pesar de sus incontables maquiavelidades, ahora sentía pena, más alla de la inimaginable. Sentado, ahogado por el olor a cenizas florares en el ambiente, se había dado cuenta de lo triste que esta. Por primera vez en su vida, Ignacio comprendió que todo aquello por lo que se había martirizado tantos años atrás.

Desde joven, se había dedicado al arte de la pintura, esquivando los ideales de un padre con una empresa fructuosa y una severa madre, este hijo único se dejó llevar desde pequeño por el olor aceitoso del oleo. Desde pequeño, se había demostrado agil para la pintura, y junto con un amigo eran conocidos como "los artistas". Ignacio y José (su amigo desde su infancia), habían sido tocados por el ángel del don extraño, decía siempre el cura del pueblo, un viejo nonagenario que a veces parecía perdidamente loco, pero para estas cosas, él siempre mostraba aire de lucidez, por supuesto que la madre, no apoyaba estos gustos, pues de hecho, ella lo veía como un gran empresario, igual a su padre, que sería el hombre más rico de este joven pueblo y decidió engañarlo, pues, él siempre le había dicho que el destino le había encomendado esto, ella sobornó a una vieja gitana, que venía cada año con el circo, para que en una falsa lectura le dijera que en realidad, debía dejarse moldear por sus progenitores y ser un empresario.

Pero, ella si le leyó la suerte, junto con José, y dijo que uno de ellos moriría, culpa totalmente del otro, hasta se le podría decir asesinato, y si querían intentar evitarlo debían irse, lejos y seguir pintando, jamás mirar atrás. A la mañana siguiente se fueron en un tren hacia la capital, luego en barco quien sabe donde, con la esperanza de huir de este horrible destino que la gitana les había dictado...
17:51 | Author: Carlos Lauredo
Atado de manos, y mirando a un arbol, el Coronel esperaba la señal de fusilamiento, que de seguro no tardaría más de unos segundos. Justo antes de escuchar la pronunciación de uno de los oficiales enemigos, dió una ojeada al reloj de la catedral. Se había detenido, exactamente a esa hora, diez para las tres, y de seguro así se quedaría algún tiempo; como su sangre desparramada por ahí, alimentando a la tierra de su dulce plaza.

Pero el Coronel recordaba muchas cosas, su niñez, por ejemplo, cuando su padre y su madre lo llevaban a la catedral a escuchar misa, luego el helado dominguero y el lustrado de zapatos, todo después del corte de cabello, en la barbería del turco, como le decían muchos. Apreciados, esos paseos marcaron un gran impacto en él, poco a poco se le infundaba un amor a esa tierra que lo había visto nacer, y que lo vería morir en tan solo unos segundos. Recordaba uno de ellos muy bien, cuando caminaba de la mano con su familia. Vió un hombre tendido, en la escalera de la catedral, pidiendo limosna. Curioso como era él, le preguntó a su padre porque ese hombre estaba ahí, sin esperanza en los ojos e inmundicia en las manos. "Porque el mundo en el que vivimos trata así a la gente, por ello tu debes crecer para poder intentar resolver estos lios de gente grande". Esas palabras le marcaron de por vida.

Ya en su juventud, se le notaba el ferviente amor a todo cuando veía, le encantaba caminar por ahí, ver el cielo azul, que cubría aquel mundo de fantasía. Tomaba café en los bancos de la renovada plaza, miraba al pueblo pasar de aquí alla, desfrutando de cada paso que todos daban, pero no decía nada. Se limitaba a ver solamente, nunca expresaba aquello a nadie. Y como no querer ese lugar, si le había dado todo, a tan solo unos metros se enamoró por primera vez, le dieron su primer beso y cuantas más experiencias que contar.

Recordando todo en un pestañeo, el Coronel también vió los años en que todo comenzó, su repentina madurez y su cambio de animo. De ser aquel tierno muchacho, como lo calificaba su madre, paso a ser alguien frio, que de repente salía de noche y tenía amigos raros y diferentes, y salía hasta tarde. Al principio pensaron que iba a tomar, pero luego se enteraron cuando vieron las armas. Tuvo que explicarles todo, pero a pesar de sus ideales, su madre se alteró y le prohibió que siguiera viendo a esas personas.

Una vez estallada la guerra, se preparó para salir, su madre lo intentó detener. "Hijo mió, ¿como vas a ir?, no te lo puedo permitir, no mientras me pertenezcas", la apartó delicadamente pero decididamente, "No le pertenezco señora, y lo siento lo de su hijo, pero me confunde, yo soy un Coronel", y así como si nada se fué.Antes del fusilamiento, había escrito una carta para ella, y se la había hecho mandar, disculpandose por todo lo que la había hecho pasar.

Ahora, en pleno siglo XXI iba a ser fusilado. Entonces lo escuchó, "fuego", sintió un ardor en la espalda y mientras las piernas le fallaban, no dejó de mirar el reloj y dijo, al menos me quedaré aquí por el resto de mi vida.

A una cuadra estaba un pelotón, con soldados leales al coronel, que derrotarían a los soldados enemigos, pero no llegarían a tiempo para salvarlo a él.

Como último acto de honor, fue enterrado en la misma plaza que tanto quería, para quedarse a vivir ahí para siempre, como siempre había deseado.
20:47 | Author: Carlos Lauredo
Cansado de una vida larga y llena de altibajos, el presidente se refugió en su estudio en busca de una forma de solucionar sus problemas. Por supuesto, que no se arrepentía de nada, había hecho lo que mejor había creído que era para su país.

Recordaba muy bien su primera campaña política, hace más de 20 años, 25 para ser exacto. Era el novato en las elecciones presidenciales, pero también la cara del cambio. Era la primera vez que veía tantos lugares de su variado país, y de hecho lo había disfrutado tanto, que jamás lo olvidaría. En especial aquella noche en el altiplano, cuando una noche fría un curandero le dijo que sería alguna vez, la persona más importante, y al mismo tiempo, el más perseguido, que le escupirían mientras le aplaudían, y por último, moriría lejos de su gran obra.

Ahora, encerrado en el estudio, se reía de esas frases. Había realizado la política más dura contra el Monopolio, y los peces gordos habían caído con fuerza a él. La gente lo había alabado y fue uno de los presidentes mas queridos e importantes de Sudamérica, pero el viajaba con frecuencia, no por busqueda de capitales extrajeros, como el decía, sino, porque iba a ser asesinado si seguía más de algunos días en un lugar.

Había pasado así varios años, y luego de acabar el mandato, estuvo tranquilo. Durante su tercer gobierno, ahora los militares habían sido seducidos por el poder de un general que se mofaba del presidente pacifista, y, ahora bajo el mando de este lider; habían tomado varias calles, y se encontraba encerrado, solo, como ultimamente siempre lo estaba. Acompañado por el suave recuerdo de sus hijos y su esposa, fallecidos en un "accidente" aéreo. Él sabía que no había sido para nada eso, lo buscaban, y se habían equivocado de avión, por eso siempre viajaban separados; para protegerlos. Fue demasiado tarde cuando se enteró.

Ahora, solo y desesperado, había perdido toda esperanza, todo sueño y toda alegría. Su sonrisa había sido borrada hace mucho, y ya hace más de dos meses que no hacía su viejo programa radial, en el cual, incentivaba al su pueblo. Sabía que lo militares estaban abajo, golpeando la puerta de la entrada del palacio de gobierno, no los podrían contener más de unos minutos, y con o sin él, gobernarían. Sacó una hoja de papel, y con la vieja pluma que le había regalado su secretaria. Escribió:

Quisiera que porfavor, a pesar de que usted es una persona muy dura, publique esta carta al pueblo, busque bondad en su corazón.

Querido pueblo.
Lo siento, no he podido mantener la cordura en estos tiempos difíciles, y los tiempos me han ganado. A pesar de mis constantes pedidos de fuerza, yo ya no tengo más, es por eso que dejé de hacer el programa radial de la tarde-noche. Sé, que a la vuelta de la esquina se encuentran días difíciles, y que es posible que seamos blanco de años oscuros. Pero mi estimado pueblo, no se deje caer, sé que el alma de ustedes hay suficiente fuerza para vencer esto, y cualquier cosa que les brinde el destino. Yo no lo logré, ustedes tal vez sí.

Me despido de ustedes.
El Presidente.

Lo último que hizo fue que recordó que el Secretario de Estado siempre le obligaba a guardar una pistola en la gaveta de la derecha. Por si las dudas, decía él. La cargó y se apuntó a la sien. Lo último que se escucharía en ese cuarto esa noche, aparte del murmullo de los soldados que ingresaban violentamente al estudio, fue el sordido sonido seco de una pistola disparándose.

Junto a la nota, encontraron su carta de renuncia y el delegado de poder al segundo al mando. El país había sido salvado, el vicepresidente , ahora nuevo presidente, estaba en Estados Unidos, resolviendo asuntos bilaterales.
19:45 | Author: Carlos Lauredo
Las paredes se carcomían por el intenso frio de aquella noche, a través del humo de la habitación podía verse un cigarro, un cenicero, y un hombre sentado, con un lapiz en la mano y unas cuantas hojas de papel delante de el.

No era un poeta, ni un gran escritor, bueno, no escribía palabras, el se dedicaba al mismo origen de las cosas, la tan llamada, madre de la mayoría de las ciencias existentes. El físico estaba sentado en la misma posición durante horas, pensando en el último paso de su gran obra. Después de esto, nada sería igual, iría más alla de cualquier otra cosa.

Aunque ya con edad avanzada, el físico se levanto del papel y trabajó en su pizarra, escribió la fórmula inconclusa en ella, y se quedó pensativo. Estas "Fuerzas Fundamentales" debían ser la respuesta que estaba buscando, de hecho, sería la respuesta a todo. Si tan solo pudiera terminarla esta noche, pensó al mirar hacia abajo y apagar el cigarrillo. De hecho, no debería estar fumando, se le estaba prohibido, especialmente por encontrarse en un hospital.

Abrió las ventanas, el crudo frío entró por ellas, pero él lo disfrutó, ya no le quedaba mucho tiempo en este mundo, y estas sensaciones serían las que más extrañaría, aunque, siendo judío, el físico no sabía bien a donde iba a parar, por su culpa habían muerto miles algunos años atrás. Recordó como, por un tiempo, odió su mente, y culpó a Dios por aparecer en sus sueños, y darle la razón para estas grandes incógnitas humanas. Por momentos, pensó, deseó haber sido como cualquier otro judio, o incluso que lo hubieran mandado a algún campo de concetración, mientras vivía en la Alemania Nazi, pero su destino era otro, y ahora aquí se encontraba, casi al final del camino, con 87 años, su vida le parecía ahora lejana.

En la oscuridad de una noche sin luna, recordó al amor de su vida Mileva, bailando en el prado visible, con un hermoso vestido blanco, pensó en lo que decía antes, ella era tan fuerte como él, en ese momento tan solo dijo, veo, que no eras tan fuerte como yo, eras mucho más. Pero a parte de ella aparecieron tres niños. Hans, Eduard, Lieser, vamos a ver a papá, hoy es su gran día. Una lágrima cayo por su arrugada mejilla; "si tan solo te hubiera vivido, en vez de pensar en la vida", dijo mientras cerraba la ventana y se veía en el espejo. Un viejo decrepito, más calvo y arrugado que de costumbre le devolvió la mirada, por supuesto que no se reconocía, el físico había pasado años sin verse de esa forma, tan solo matinalmente, si estaba presentable, pero ahora, se analizó a si mismo, y con tristeza, se giró hasta su cama.

Sus huesos le dolían, era tarde, las 2:30 de la madrugada, ya no podía aguantar toda la noche trabajando, como en sus viejos tiempos. Y ahí fue cuando se le ocurrió, como lograr la fórmula, era tan simple, casi perfectamente tonto, como había obviado esas tonterias, sonrió, como no lo había hecho en años. Intentó levantarse, pero sus viejo cuerpo se lo impidió, ya no podía más, el físico había sido derrotado por el cansancio, y se acostó, apagó la luz de la lámpara y pensó, al menos lograré dejarle este tantito más de mí a la humanidad, será mi gran sinfonía.

El físico jamás volvería a levantarse.