15:38 | Author: Carlos Lauredo
Me miraste sin expresión; o eso es lo que pienso hasta el día de hoy; hola, me dijiste con una voz mordida. ¿Puedo sentarme?, pregunté airadamente, sin miedo; miraste la silla, claro, porque no.
Observé tus ojos, pero evitaste los míos, tenía el café y el libro en la mano, los posé suavemente, los miraste y pediste permiso para tomar el libro y viste la portada.

¿Te gusta leer?, me dijiste mirando todavía la portada. Entre otras cosas, respondí. Eh, mira, te quiero preguntar algo, ¿Porque me sigues hace unas cuadras?, se que no vienes seguido aquí, nunca te he visto, y vengo a menudo. Rapidamente levantaste la cara, era la primera vez que veía tus radiantes ojos claros, sin color definido. ¿Quién te dijo que te seguía? ¿eh?, tu ego me sorprende, tan solo buscaba un lugar donde pasar el tiempo, tal vez te haya visto, pero sinceramente, no note que te estaba siguiendo.

No mencioné palabra alguna, ¿Que podría decir?, nada, estaba absolutamente perplejo. Jamás alguien me había dicho algo así, de hecho, eso es algo que yo mismo hubiera dicho. Eh... alcance a decir con torpeza, pero... bueno, creo que no comenzamos bien, me llamo Carlos, y estiré la mano de forma amigable.

Miranda, dijiste tomando firmemente mi mano.

Eso fue suficiente, creo, para ti, y también para mí. Si me acordara de todo lo que hablamos esa tarde te juro que mi cabeza explotaría, pero lo que me sorprendió más que todo es como no notamos que el tiempo volaba, pero lo disfrutabamos. Algo que también me sorprendió fue tu atrevimiento a venir a mi casa, y pasar la noche conmigo, pero admito que también soy culpable, pero, quien se resistiría a tus encantos, y los mismo al otro día, pero esta vez en tu casa, sin duda todo fue maravilloso, pero, ahora, es el momento del adiós.

No es porque no te desee, o alguna razón de afecto, recuerda que te dije que yo no puedo estar quieto, no puedo vivir pegado en un lugar, necesito ver más y conocer más, lo siento, pero, tal vez haya otro encuentro, en el mismo café, el paraíso de madera, al cual llegaste una tarde de invierno, tan solo buscando un lugar para pasar el tiempo. Quién sabe, el destino tiene un modo raro de actuar.
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