19:48 | Author: Carlos Lauredo
Sentado, me encontro el destino ante esta nuevas curvas.

¿Donde?, en el viejo café de la galería Santa Ana, a un costado de la calle principal.
¿Entusiasmado?, no realmente, me encontraba solo como de costumbre, y mi mente no estaba pendiente de algo así.
¿Acompañado?, si un buen libro y una taza de café cuentan, tenía dos buenos amigos.

...

A un extremo estaban las damas siempre pulcras, que se desligaban del hogar, del trabajo, de los maridos o de lo que sea, para pasar dos horas con las amigas en el viejo café de la galería Santa Ana.
También, al otro extremo, se encontraban los expertos caballeros; hablando de la juventud, del trabajo del que ya se habían jubilado, y de los buenos tiempos.

Entonces llegó, como dije al principio, me encontró con la guardia baja y disfrutando de la buena música.
Al fin nos conocemos, dijo mostrando sus brillantes dientes. La dueña del lugar se acercó, con un instinto de mujer dedujo la escena, sonrió y sentó a la recién llegada en mi mesa, y le trajo al carta.
¿Porqué estas aquí?, le pregunté.
Si esperas a alguien más me levanto inmediatamente. No dije nada y ella sonrió y dijo, ¿quién dice que estas cosas no pueden pasar?

No luché más, sonreí y caí engatusado en sus encantos franceses...
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